lunes, 6 de junio de 2011

Cuento: La gran derrota

Había una vez, en el tiempo en el que ya no existían los países ni las religiones (y por tanto, las guerras eran inconcebibles); altos cargos e importantes empresarios de todas las partes del mundo se dieron cita en una cumbre altamente secreta.

El objetivo de dicha cumbre era dar respuesta, y actuar en consecuencia, al mayor mal que azotaba en esos instantes al planeta: la superpoblación y las consecuencias que ésta traía consigo.

Tras arduas discusiones y enfrentamientos, parte de los allí presentes apoyó la teoría del dirigente de una multinacional que, con datos demográficos en la mano y citando a varios pensadores antiguos, sostenía la idea de que el problema de la superpoblación iba unido irremediablemente al de la longevidad del hombre (aunque la esperanza de vida había bajado en los últimos años, seguía siendo relativamente alta en la mayoría del planeta). Según dicho dirigente, la longevidad del hombre era consecuencia indirecta de los avances tecnológicos y médicos, y consecuencia directa del descanso que pudiera tener una persona con un trabajo de 8 horas diarias que le permitiera tener horas suficientes para revitalizar el cuerpo.

Esto sumado a la alta gama de ocio disponible a su alcance que provocaba que, de una manera u otra, el ser se sintiera realizado o satisfecho consigo mismo, repercutiendo ello en su calidad de vida y por consiguiente en la duración de la misma.

En definitiva, la propuesta del dirigente tenía como finalidad acabar con la superpoblación forzando la disminución de la longevidad.

Propuso a los demás dirigentes y mandatarios políticos crear un nuevo orden mundial con la sobre-explotación laboral y la manipulación del ocio como ejes fundamentales, con el objetivo del cansancio físico y de la limitación de la libertad mental del individuo; agotando éste su cuerpo y alma y llevándolo a una muerte prematura.

Para ello, sólo unas pocas empresas (que casualmente se encontraban allí representadas) se encargarían de dirigir la oferta cultural y de ocio, secundadas por los diferentes consistorios gubernamentales de cultura. También se leyeron las nuevas condiciones laborales del trabajador, con las consiguientes leyes, justificándose en la causa efecto de: a mayor población – mayor cantidad de producción necesaria, y así elevándose la jornada laboral, de forma escalonada, hasta las 14 horas diarias.

La exposición del dirigente de la multinacional (siempre añadiendo que era una medida preventiva que, sin embargo, implicaría ser implantada durante muchos años) fue interrumpida en numerosas ocasiones por exclamaciones de horror y abucheos por parte de algún sector, y respondida fervientemente con vítores por parte de otros sectores.

La propuesta había provocado una escisión mundial.

Algunos creían que la propuesta era una necesidad de primer orden. Otros, la calificaban de “propuesta inmoral”, denigrante, arcaica; un regreso a la esclavitud, a la opresión del totalitarismo; a unas condiciones de vida a las que no se podía volver por muy crítica que fuera la situación global.

Los primeros apoyaban al dirigente de la multinacional; los segundos lo repudiaban pero al mismo tiempo no tenían propuesta alternativa con la que hacer contrapeso.

Tras horas de intenso debate se llevó a cabo una votación. La propuesta fue aceptada por aproximadamente un 70% de los representantes allí reunidos. Los derrotados (entre los que no se encontraba ningún empresario), se alzaron en contra del resultado democrático a favor de la imposición del nuevo orden (curiosa frase ésta, no exenta de ironía), y se negaron por activa y por pasiva a la voluntad de conducir a los seres humanos a la tumba.

Ante tal situación se convocó otra cumbre en la que los contrarios al nuevo orden debían proponer un plan alternativo o ceder ante el deseo de la mayoría de los representantes elegidos por la humanidad (ésto último, dicho con tono amenazante).

En la siguiente cumbre, un representante político de las fuerzas contrarias al nuevo orden, también con datos demográficos en la mano y citando a varios pensadores antiguos, expuso que la mayor parte de la población se concentraba en las ciudades y que casi toda la producción industrial iba dirigida precisamente a cubrir las necesidades de sus habitantes, y que aunque la ciudad fuera el motor económico y la red de pesca de los empresarios allí reunidos, se debía propulsar un plan de repoblación de zonas más deshabitadas. Dicho de otra forma: había que repartir el peso.

Por otro lado, he aquí el tema más importante, se quería impulsar una especie de revolución educativa y cultural que promoviera el pleno desarrollo de las capacidades intelectuales sin ponerse éstas al servicio del mercado de trabajo. Se quería educar a jóvenes emprendedores capaces de pensar por sí mismos y de ganarse la vida sin tener que depender de nadie. De esta forma, no habría grandes urbes con grandes empresas produciendo grandes cantidades, sino pequeños reductos de población con empresas casi familiares produciendo para el autoconsumo o para la venta en un mercado no agresivo.

La reubicación de la población junto con la revolución educativa, daría paso a futuras generaciones de seres autosuficientes, con tiempo libre para cultivar sus mentes. La filosofía, la literatura, las artes, la ciencia... serían pieza fundamental en el desarrollo cognitivo. Un mundo de sabios trabajadores sería sin duda, capaz de resolver los problemas mejor de lo que ahora podían; y podrían despejar la incógnita de la ecuación “pobreza = ¿superpoblación + longevidad?” dando una solución armónica a ésta.

Muchas risas se oyeron tras el discurso. Carcajadas a pulmón abierto en algunos casos. Los defensores del mundo libre y sabio, ofendidos, volvieron a entrar en disputa dialéctica a viva voz con los defensores del mundo controlado y oprimido.

Unos, enamorados de la imagen de un mañana posible que implicaba resquebrajar de arriba a abajo el funcionamiento del sistema actual; y otros, impulsados por lo que ellos denominaban un “sentido práctico”, que promovía una labor más factible y que requeriría menos tiempo invertido.

Mientras la población seguía ajena a lo ocurrido, algunas cumbres más se sucedieron. Pero en cada cita el distanciamiento de ambas posturas se hacía más evidente e irreconciliable.

Finalmente se llegó a una situación fácil de prever: el mundo se partió en dos. El bloque del control y el bloque de la libertad.

Y así se dibujó un nuevo mundo y se redistribuyó todo. Los altos cargos y empresarios pertenecientes al bloque del control, trazaron la línea divisoria que separaría su zona de la zona perteneciente al otro bloque. Un océano les separaba, haciendo posible el aislamiento físico entre ambas zonas. Cortaron toda comunicación posible entre los dos bloques.

El bloque del control mediante sus medios (los medios elegidos a dedo en las cumbres), hablaba a sus habitantes del bloque de la libertad como un infierno terrenal en el que el hombre se corrompía, se vaciaba de valores y era invadido por una sensación de infelicidad constante.

El bloque de la libertad hablaba a sus habitantes del bloque del control simplemente contando lo que éstos pretendían, y exponiendo a continuación las virtudes del modelo al que tenían la suerte de pertenecer.

Ambos nuevos órdenes eran difíciles de implantar y se toparon con no pocas adversidades en sus primeras décadas de vida.

El bloque del control sufría continuas revueltas civiles, que se negaban a aceptar el tener que trabajar más horas (no implantaron de golpe la medida de las 14 horas, pretendía ser algo progresivo), y se ofendían por el engaño constante al que eran sometidos por los medios de comunicación. Los medios que daban la contrainformación fueron desapareciendo progresivamente, por las buenas o por las malas. Los revolucionarios eran masacrados por las fuerzas del orden y los pocos que lograban escapar hacia el “infierno terrenal” eran acribillados a balazos por los demonios del otro lado del charco, que ya tenían suficiente con sus problemas y con su densidad demográfica.

Efectivamente, el bloque de la libertad veía frustrado como era imposible reeducar a la mayoría de las personas. Habían confiado demasiado en el ser humano, que no podía desprenderse de sus antiguas costumbres. Vivían más o menos igual que antes de producirse la escisión de los bloques, sólo que con menos recursos. La reubicación era muy complicada ya que sin las grandes empresas como apoyo, la población no estaba preparada para la autosuficiencia. Eso sucedía porque, mientras algunos se mostraban como personas útiles, otros muchos se convertían en parásitos incapaces de hacer nada por sí mismos. Y sin opciones al progreso, se hundían aún más en la miseria.

Los propulsores de este orden mundial tuvieron que reunirse con urgencia. Decidieron que para que su plan resultara un éxito debía producirse una criba. Se practicaría a todos los habitantes un “test rutinario”, así lo llamaron ellos, que mediría la capacidad intelectual de cada individuo, así como la actitud de cara a la entrega en el trabajo. Expertos en la materia evaluarían los resultados del test y los “no aptos” deberían ser aniquilados. Por el bien de la libertad.

Como la medida les recordaba mucho a la forma de actuar de cierto personaje oscuro de la historia pasada (de la cual los libros de historia ya apenas hacían mención), decidieron que matar a los no aptos no era la forma correcta de proceder.

La solución que dieron fue la de inyectar a los no aptos una sustancia que provocara la infertilidad tanto en hombres como en mujeres. Así no eran aniquilados pero evitaban malcriar nuevas vidas con sus mismos genes.

Se propuso llevar a cabo esta actuación de forma lenta, de manera que se produjera durante el transcurso aproximado de un siglo.

Tras ser evaluado el “test rutinario”, al cabo de aproximadamente un año, se mandaba una citación para acudir a unos centros de salud determinados (no habían más de 400 en todo el bloque) donde médicos amantes de la causa vacunaban a sus pacientes de nuevas enfermedades infecciosas. Esto era cierto, sólo que la jeringuilla de los no aptos contenía unos componentes adicionales.

Cada año se inyectaba a cierto número, no demasiado elevado. No había que levantar sospechas.

Por supuesto, la gente nunca llegaba a saber el resultado del test, no sabían que fuera algo evaluable, no eran más que papeles que se perdían para elaborar absurdas estadísticas. De modo que alguien que quisiera mofarse del test utilizando respuestas absurdas, estaba igualmente condenado.

Y así pasaron los siglos y, poco a poco, cada bloque consiguió llegar al funcionamiento deseado.

El bloque del control consiguió que los civiles no cuestionaran su sobre-explotación. De hecho, para ellos no había sobre-explotación, ya que no tenían la menor idea de su significado. Y no lo hicieron a través de la represión constante y explícita (les bastó con los dos primeros siglos), sino a través del olvido de los años y del control en los medios y la censura de ciertos libros (básicamente históricos y filosóficos), discos y películas.

Pasados más de 300 años, no había preguntas que hacerse. Ni tampoco necesitaban hacerlas. Trabajaban 14 horas (no conocían otra realidad), dormían 7, y tenían 3 horas que dedicaban todos a hacer las mismas actividades, a ver los mismos programas, a leer los mismos libros, y a escuchar la misma música. Así pues, la afinidad entre la población era evidente. Apenas sufrían disputas, y no por miedo a represalias de las fuerzas del orden, sino porque no tenían apenas motivos para ello; más allá de un debate político, deportivo o de algún caso de infidelidad.

Y lo cierto es que el amor surgía rápidamente puesto que todos conectaban con todos y las pocas horas de descanso hacían que las parejas no tuvieran tiempo para discutir ni plantearse porqué estaban juntos (¿para qué?).

Prácticamente no existía la clase media, estaban los que trabajaban y los que daban trabajo. A su vez los que daban trabajo mantenían a los gobernantes que les interesaba como simples figuras de cartón, como elementos de decorado, alternando la imagen de éstos para bien o para mal según les interesaba. No les hacía falta, pues, alterar los resultados de las elecciones. Los medios hacían bien su trabajo.

Pero había algo que no iba según lo sucedido. La longevidad del hombre no se había reducido apenas. El cansancio físico existía, pero no contaron con el hecho de que la limitación de la libertad mental del individuo les fuera a llevar inmediatamente al bienestar. Seguía la superpoblación, aunque ésta ya no suponía el problema más importante teniendo a la gente controlada. Lo más importante era mantener el sistema.

El bloque de la libertad consiguió una casta de hombres y mujeres amantes del trabajo, del gusto por las artes y por la ciencia, capaces de desarrollar todas las facetas intelectuales posibles, de pensar por sí mismos, de ser autosuficientes.

Sin embargo, mientas más sabían, mientras más conocían, mientras más pareceres de distinto cariz chocaban; más conflictos surgían entre ellos. Todo era puesto en discusión, todo era planteado con incógnitas; aumentaba el ego, el individuo por encima del grupo, las enemistades. La insatisfacción.

No todos tenían la misma habilidad para salir adelante en este bloque o para aprovecharse del prójimo. No toda la sabiduría era igual de práctica, había sabidurías de primera categoría, de segunda y de tercera. No se podía tolerar que un trabajo que requería más preparación y formación pudiera estar a la altura de otro más simple. Exigían la desigualdad. La desigualdad existía. La desigualdad era concedida: se acentuaron las diferencias sociales. Las clases bajas no podían ser ya esterilizadas si servían al bloque y aceptaban su modus operandi. Simplemente se trataba de personas menos capaces.

En medio de la crispación, las revueltas eran constantes. Todos exigían más, todos creían merecer mejores condiciones de vida. Y eso sucedía porque, aún viviendo bien algunos, siempre topaban con alguien que vivía mejor que ellos, de modo que reclamaban.

Aunque la mayor parte de las revueltas no eran violentas, los cambios (y dimisiones) en los gobernantes eran constantes.


Pasaron aún más siglos, y empezaron a verse los primeros fugitivos del bloque de la libertad huyendo hacia el bloque del control. Si había algo que unía a ambos bloques en el transcurso de los siglos, era el modo en el que recibían a los extranjeros. Los disparos eran un lenguaje no lingüístico muy significativo: “aquí no os queremos”.

En el bloque del control no precisaba alterarse nada. Los actos de violencia y de odio de los ciudadanos se daban entre ellos mismos. No había contacto entre los que trabajaban y los que daban trabajo. Algunos elegidos, lo que podría denominarse “la clase media”, que no superaba el 0,5% de la población total, eran el puente de contacto entre los trabajadores y los que daban trabajo. Estos últimos eran percibidos por los primeros como entes invisibles, fantasmas, como mitos intangibles; esto es: como dioses. La escuela también se encargaba de alimentar el mito de “los que dan trabajo”, debían estarles eternamente agradecidos; y lo recordaban constantemente a los críos hasta que acababa su escolarización a los 11 años.

700 años después de implantarse los bloques ni siquiera era precisa esa farsa. Sabían que tenían un trabajo que hacer, como todos, sabían que era así y punto. Nada debía cambiar, todo lo que fuera mejorar o empeorar las condiciones de vida suponía dar pie a la comparación.

En el bloque del control, definitivamente eran felices.

Mientras más cuestionaban y mientras más preguntas se hacían, más aprendían y más avanzaban algunos en el bloque de la libertad. Pero más se frustraban y más insatisfacción era creada en la mayor parte de la población.

La sabiduría les inundó de luz y de tristeza a partes iguales. El odio no podía evitar darse. El odio era producto de la frustración. Y la frustración era consecuencia de la comparación. La comparación... y la posterior derrota.

Siendo tan autosuficientes, se sentían tan solos (aunque estuvieran en compañía), que sufrían por el hecho de que no sufrían lo suficiente.

Eran tan autosuficientes que la política parecía haberse convertido en algo prescindible y nunca dejó de cuestionarse el modelo que defendía el bloque.

En el bloque de la libertad, eran infelices.

Lo cual significa que, al cabo de casi mil años desde la primera cumbre que mencioné, y de la implantación de los bloques; el bloque de la libertad fue el claro vencedor. Aunque un vencedor involuntario que, sin quererlo, dio solución al problema original.

Las guerras internas sucedidas a lo largo de los siglos por el cambio de modelo social causaron muchísimas bajas. La tasa de suicidios también era elevada.

El estado general de infelicidad provocó el descenso de la longevidad. En el bloque de la libertad desapareció la superpoblación.



Ganaron sí, ganaron. Sin quererlo, ganaron. Esa fue la gran derrota del ser humano.

Y así pasaron los años, con el planeta dividido entre el bloque de los oprimidos felices y el bloque de los sabios infelices. El bloque de la longevidad y el bloque de la muerte. Ocupados unos en su felicidad y otros en su desdicha.



Y así fue hasta que un cuerpo celestial de gran tamaño impactó sobre la Tierra, llevándose toda forma de vida, longeva o no; llevándose el control, la libertad, la felicidad y la desdicha; y envenenando la atmósfera de un planeta que antaño tuvo el veneno sobre la superficie. O al menos, a los que vivimos en nuestro planeta y en nuestro tiempo, es lo que nos han contado.



Fin.

Dulces sueños.

3 comentarios:

  1. He aquí un oido curioso al que le gustaría saber , de ser posible, de donde sacó usted el monólogo que aparece al principio de 'Absurdo'.
    Gracias de antemano.

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  2. Hola Anónimo curioso, ese Monólogo que dices es un extracto de la película "Makinavaja, semos peligrosos". Saludos!!

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  3. Jose, eres todo un visionario Sr Nostradamus :P

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